lunes, 6 de agosto de 2012

Alcalá en los albores del siglo XX


Artículo publicado en la Revista de Apuntes Históricos del  año 1983 

Manuel PEREZ REGORDAN


      ¡Quietos! ¡No moveos! No agitad el aire, porque voy a escribir sobre Alcalá de los Gazules, que es un pueblo blanco y en peligro. Sus casitas blancas, en su ascensionismo sorprendente, encaramadas a los pies de ese milagro de religiosidad y arte que se llama la Parroquia de San Jorge, piden a voces una quietud. La quietud que piden los naipes que forman un castillo, pendientes de la respiración de su alrededor y del milagro equilibrista de mantener esta visión-ilusión, que tenemos la dicha de contemplar y el deber de protegerla a generaciones futuras. 

Alcalá en las primeras décadas del siglo XX

A PRINCIPIOS DE SIGLO 

     Contaba, por aquellos tiempos, Alcalá con 8877 habitantes de hecho y 8.799 de derecho. Su magnífico enclave centrado en la provincia, entre Medina Sidonia-22 kilómetros- y Cádiz -56-, hizo posible que la pobreza de aquellos tiempos, en puntos más apartados, no se sintiera en la Ciudad. 

     Se explotaban por aquellos tiempos las canteras de jaspe negro y algo de las minas de carbón, celebrando sus fiestas durante los días 9,10 y 11 de Mayo y 1, 2 y 3 de Septiembre. 

     Si usted tenía que solventar algún asunto municipal se tenía que dirigir al Secretario del Ayuntamiento, don Baldomero Rodríguez de Silva y - si la cosa era más seria- al alcalde, don Antonio Machado Sánchez. 

     Otra cosa era la justicia: El Juez Municipal lo era don Pedro Toscano Delgado y el Fiscal don Juan Olmedo Moreno o su suplente, don Miguel Pastor Alba. El Secretario Judicial se llamaba don Agustín Marchante y el Notario, don Martín Fernández. 

     Si se veía usted envuelto en algún altercado, no debería dudar el ponerse en contacto con don Manuel Serrano García, que era el Teniente de Carabineros. 

      Otra cosa era "llevarse a la moza a la Vicaría" y el mojarle la sesera al recién nacido. Para ello tendría que ponerse en contacto con el Párroco de San Jorge, don Francisco Ramírez Cuevas. 

     Si atrincaba un buen resfriado o una dolorosa jaqueca, los farmacéuticos don Antonio Machado, don Antonio Galán o don José Ahumada Romero, estaban prontos a servirle, mediante la expedición de las correspondientes recetas, autorizadas por los médicos don Antonio Alba, don Manuel Armenta, don Francisco Espinosa, don Manuel Puelles, don Alejandro Lallemand Menacho o don José L. de Elejalde y Bosch.



     Si quería usted adquirir aceite para el año, los cosecheros Adela Busano, Juan Castro, Luis Delgado o Antonio Pastor, estaban dispuestos a servirle inmediatamente, como si quería que Manuel Benítez del Río, Ildefonso Bohorquez, Juan Mancilla, Ana María Suárez o Manuel Vergara González le mercara unos zapatos o unas buenas botas artesanas de la tierra. 

     El cotilleo diario de "la parienta", comprando unos comestibles que todos venían en llamar "ultramarinos", por la pretensión ostentosa de que venían de ultramar, parándose con la vecina de turno en la más próxima esquina para hablar de lo caro que está todo, el tiempo y el dolor de cabeza de anoche, se podía ejercer en los establecimientos de Felipe Luna Arriola, Diego Cid, Antonio Corrales, Viuda de Serrano, Viuda de J. Gil, Juan Sánchez, Antonio González, María Benítez, Juan Corrales, Manuel Casa Alba, Cristóbal Ortega o Andrés Ortega.


     Y tenía Alcalá hasta su fábrica de electricidad, a cargo de Manuel Nuche y Compañía, además de los dedicados al comercio de la harina: don Benito Collantes, don Manuel Espinosa, don Patricio García, don Diego Romero, don José Benítez y el repetido don Manuel Nuche. 

      Los chavales aprenderían "hasta donde sabía el profesor" con doña Ana Verdugo, doña Josefa Verdugo Vega, don Santos A. Valencia y don Joaquín Vázquez de la Paz. 

      Un pañuelo, botones para una prenda, cintas de colores; todo se podía adquirir en las mercerías de Felipe Luna, Diego Cid, Antonio Corrales, Viuda de J. Gil, Luciano López, Viuda de Antonio Romero, Juan Sánchez, Viuda de Serrano y Luciano López. Los comercios de tejido sólo eran dos: Joaquín Barba y Juan Recio. 

     Un buen jerez se podía degustar en los bares de Juan Lozano, Pedro Carrasco, Manuel Sánchez, Antonio Martínez, Francisco Jiménez y Juan Sillero, pero, para vino en cantidad, se contaba con los bodegueros-cosecheros Manuel de la Corte, Juan Delgado y Antonio Machado. 

      Para la feria se adquirían sombreros en las fábricas de Gabriel Ortega de la Corte y José Virués. 

La Alameda en la Feria de 1927

     Pero, Alcalá era por entonces envidia de los pueblos vecinos por su alto nivel cultural con respecto a los demás. Ninguna otra población de su rango le aventajaba en círculos de recreo o salas de expansión: Casino Conservador, Casino de Artesanos, Círculo Canalejista, Círculo de Labradores, Círculo de Propietarios, Círculo de Profesores, de Viticultores y Olivareros, de Comerciantes e Industriales, y de Pasivos. 

      En Alcalá, con respecto a otras muchas poblaciones, se vivió bien a principios de siglo, pero nosotros recordamos que no por ser tiempos pasados lo fueron mejores. Fueron así y nada más. 

      Hemos traído este recuerdo a los alcalaínos que peinan canas - si es que les quedan canas que peinar- y quede la estampa y la memoria hacia aquellos mayores que hicieron posible una época pretérita, lo mejor que su entorno y su inteligencia les pudieron ofrecer.



NOTAS

     Las fotografías no se corresponden con el artículo impreso.

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