sábado, 27 de febrero de 2016

La Escuela rural: de los maestros de campo a las escuelas unitarias (y III)



5.-LAS MAESTRAS DE LAS ESCUELAS DEL CAMPO. 

       En la época de máximo apogeo de Alcalá, cuando estaban en explotación la mayor parte de las tierras de cultivo y se aportaba gran parte del carbón picón y madera que se consumía en las grandes ciudades de las Bahías de Cádiz y Algeciras, el pueblo llegó a tener en torno a los doce mil habitantes. Aunque no hay estadísticas fiables, es muy posible que en torno a la mitad de la población residiera en el campo, lo que motivó la apertura de las escuelas rurales en las zonas más pobladas: Rocinejo, El Torero, El Puerto de La Parada, Las Viñas, El Búho, La Cañada de Medina y El Santuario. En las fincas de Vegablanquilla y Las Cobatillas existieron escuelas privadas gestionadas por patronatos, al menos en el segundo de los casos. 


       Estamos al final de la década de los cincuenta y en muy pocos años Alcalá va a sufrir un despoblamiento galopante, como consecuencia de la mecanización de las tareas agrícolas y el predominio del petróleo sobre las demás fuentes energéticas que se habían venido usando hasta entonces (madera, carbón, picón, etc.). El sistema productivo deja de ser competitivo en términos de productividad y coste, la máquina sustituye al hombre y éste se ve obligado a buscar empleo en otra actividad (industria, construcción, comercio, turismo, etc.). Del campo se emigra al pueblo y de éste a las Bahías de Cádiz y Algeciras, a Madrid, Cataluña, Alemania, etc. 

       En esta década migratoria aterrizan en nuestros campos un importante número de maestras destinadas a las recién construidas escuelas rurales antes mencionadas 

      Aunque en los párrafos siguientes no están todas, sí muchas de las que alfabetizaron a los alcalaínos residentes en los campos. 

Nacidas en Alcalá: Elvira Pastor Sánchez, Ana María García Gallego, María Pérez. 

De otras ciudades andaluzas: Isabel Galera que procedía de San Fernando, Carmen Ana Rivera (Antequera) y Maite Utor (Ceuta) 

De Extremadura: Elena Fernández Muñoz de Villar de Plasencia (Cáceres), Consuelo Servant Luque de Almoharín (Badajoz), María Eugenia Jiménez Gijón de Cáceres, María Inés Regodón Trinidad. 

De las Islas Canarias: Prisca de Terol (Gran Canaria), María del Carmen Hernández Rodríguez del Puerto de la Cruz (Tenerife), Ángeles Fabrellas de La Orotava (Tenerife). 

De Castilla: Sebastiana López Martín, de Val de San Lorenza (León). 

De Galicia: Ofelia San Juan. 

       En ese tiempo se destina a estas escuela sólo a maestras, en algunos casos también a maestros (Bartolomé Fernández, Andrés Agüera, etc.) pero sólo para dar clases por las tardes de alfabetización de adultos, porque las escuelas son unitarias y mixtas, por lo que no se creía "adecuado" que los hombres dieran clases a niñas y muchachas, máxime cuando entre las materias impartidas estaban las "labores del hogar". La inspectora (Doña Elisa), fue muy celosa en el cumplimiento de esta normativa oficial, como lo fue siempre en el cumplimiento de sus obligaciones, no dudaba en desplazarse con los medios disponibles entonces a cada una de las escuelas para supervisar el trabajo de sus pupilas. 

       Alejadas de las grandes poblaciones, localizadas en pequeñas localidades rurales y ubicadas en zonas más o menos remotas y de difícil acceso, las escuelas rurales nunca fueron un destino apetecible para las maestras, por lo que en la mayor parte de los casos fueron ocupadas por jóvenes recién tituladas y como primer destino de las que aprobaban las oposiciones (ganaban cuatrocientas pesetas al mes). 

      En ocasiones, cuando había que hacer sustituciones por enfermedad o cualquier otra incidencia, o simplemente por falta de maestras tituladas, se nombraban maestras "idóneas", es decir, mujeres que no habiendo cursado la carrera se las consideraba preparadas para ejercer las tareas formativas. Así fueron nombradas Silveria Morales y Juana Marín, entre otras. 

       Con edades en el entorno de los 19 o 20 años, sin experiencia profesional, sin que hubieran vivido lejos de sus familias (salvo las que se habían visto obligadas a hacerlo para sacar la carrera), acostumbradas a la vida de ciudad y procedentes en su mayoría de familias de clase media-alta acomodadas, estas muchachas se vieron de pronto trasladadas a lugares apartados e inhóspitos, sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin servicios para el aseo personal y para cubrir las necesidades fisiológicas, que había que hacer en el corral o el establo, junto a las cabras o los caballos. Una maestra nos contó "la vergüenza que yo pasaba cada vez que tenía que hacer el "pipi" en una lata, por el ruido que hacía y el pudor que sentía al pensar que la estarían oyendo los de la casa". 

      Estas maestras emigrantes solo iban a sus lugares de origen en contadas ocasiones al año, ya que se tardaba al menos cuatro días en hacer el trayecto, dos de ida y otros dos de vuelta, en tren hasta Sevilla donde dormían, la siguiente jornada cogían el autobús hasta Alcalá y después hasta el campo. 

      La mayor parte de las consultadas han señalado las dificultades de acceso, salvo Rocinejo y El Torero que estaban ubicadas junto a la carretera Alcalá-Los Barrios. Tenían que llegar andando o a lomos de caballería (burro. mulo o caballo), aunque contaron en muchas ocasiones con el auxilio desinteresado de algunos propietarios de fincas cercanas, que en muchas ocasiones las llevaban en sus todoterrenos marca Land Rover. 

      Elvira Pastor Sánchez recuerda su preocupación al tener que pasar junto a las ganaderías de toros bravos y el miedo a encontrarse con alguno el camino, porque en ocasiones rompían los alambres que los tenían confinados. En una ocasión que tuvo que vadear el Rio Álamo a lomos de caballería se asustó cuando vio santiguarse al muchacho que la acompañaba, ella pensó: "si lo hace este que es de aquí y conoce el camino es porque es peligroso". 

      Estas circunstancias las refleja muy bien Elena Fernández Muñoz, cuando nos confesaba en una reciente entrevista: "... lo hice porque no tenía más remedio, mis padres no eran millonarios y se habían sacrificado mucho para que sus hijos estudiaran". Claro que como ella dice: "a pesar de las penalidades, a la luz de la distancia, todo se vuelve positivo. Entonces suponía una salida, el fruto del esfuerzo de los padres...". Ella recuerda agradecida la acogida y el afecto que recibió en la casa de los Martínez y el brasero que le llevaba en los días de mucho frío la esposa del Cabrillero, que vivía cerca. "En el segundo año de estancia en Las Viñas, me traslade porque iba a tener una cama solo para mí, aunque en una habitación compartida con el abuelo y dos niños". 

        Para Isabel Galera fue distinto, porque: "...mis circunstancias familiares eran diferentes y lo hice porque quise hacerlo..." Nos contó: "tenía 21 años, tarde tres días en encontrar la escuela de El Torero, porque me mandaron a una finca de Vejer que se la conoce por ese nombre”. “Tuve suerte porque, al estar junto a la carretera, podía desplazarme en el autobús" (La Valenciana que hacía la ruta Alcalá-Algeciras y El Rápido de Sevilla-Algeciras). "Mi madre me llamaba todos los días, me ponía avisos de conferencia y yo iba a la centralita del teléfono". Para Isabel fue una experiencia trabajosa y difícil pero impagable, que repetiría. 

      Elvira Pastor señala: "pase miedo muchas veces, pero fue una bonita experiencia y recuerdo con cariño a las familias y a los alumnos, que aún me siguen saludando". "Tenían ganas de aprender, buen comportamiento y amor a la maestra". Recuerda con emoción el caso de una niña que no sabía hablar cuando llegó a la escuela, en la que aprendió a hacerlo, a jugar y a sonreír. El ultimo día del curso la vi llorando" 

       María Eugenia Jiménez Gijón recuerda que llegó al Puerto de la Pará con 19 años en el curso 1964-65: "se me cayeron los palos del sombrajo, porque cuando llegue a Alcalá con mi padre pensé que la escuela estaría par allí, junto al Bar La Parada, pero cuando fuimos al Ayuntamiento, Roque Gallego, que era el alcalde, nos dijo que estaba lejos, en el campo. Fuimos al bar de Pizarro y Antonio, que estaba en la barra nos asustó porque le dijo a mi padre que donde hablan mandado a su hija había hasta lobos". Esa, noche durmieron en la Fonda Parra, con Seba y su padre, ninguno pudo conciliar el sueño. 

       Ante las dificultades para el desplazamiento y la lamentable situación de la escuela, el alcalde decidió que ella y Seba dieran clases por las tardes en el Colegio Juan Armario hasta la primavera, que se trasladaron al campo. 

      Todas guardan un grato y agradecido recuerdo de las familias, de los niños a los que enseñaron y un gran afecto por todos aquellos que les ayudaron desinteresadamente, especialmente las familias que las acogieron en sus casas, en las que comían y se alojaron como uno más de la familia, aunque el limitado espacio exigió en algunos casos compartir el dormitorio con otros miembros femeninos de la familia y hasta con el abuelo. A todas las maestras forasteras les llamaba la atención que se comiera el puchero en la cena, en vez de para almorzar. 

       En este aspecto Elvira Pastor señala a la familia Gutiérrez- Blanco del Rocinejo, en el curso 1964-65, que le ayudó a llenar la escuela de niños. "Pepe Gutiérrez me indicaba las familias que tenían hijos y organizábamos excursiones para buscarlos, pasando por cañadas con reses bravas a ambos lados y subiendo al monte. Y los recogimos a todos". El curso 66-67 estuvo destinada en la Cañada de Medina, acogida por la familia Ortega Fernández. "Durante los meses de invierno, como el camino estaba impracticable, dormía con Anita Cortijo. El resto del tiempo iba en La Valenciana hasta la Venta Tablada, o me llevaba mi padre en la moto". Ya había menos gente en el campo y solo logró reunir a doce alumnos, algunos se traían el almuerzo porque venían desde muy lejos. Recuerda que: "abrimos un huerto escolar y cuando ya estaban brotando las semillas, una mañana nos encontramos todo deshecho por el ganado, con lo que se esfumaron todas nuestras ilusiones”. 

Alumnos en la Escuela del Rocinejo

        Isabel Galera recuerda a la familia Benegas del Ventorrillo El Torero, que le dio de comer el primer día de clases cuando perdió el autobús; de Chari la hija que se encargó de buscarle el medio de transporte para volver a Alcalá con Frasquito Gil. También recuerda agradecida a la familia Tirado Vera, porque María Vera les llevaba a la clase uno o dos braseros para que se calentaran y un café para la maestra a la hora del recreo. Y del abuelo, que le hizo un soplador de palmas, para avivar el fuego que hacían en la puerta de la escuela, en el que calentaban la leche en polvo que daban a los niños. 

       María Eugenia Jiménez recuerda que la escuela del Puerto de la Parada tenia vivienda, pero se quedaba a dormir en la choza de Ana Rojas y cuando iba al pueblo, se ofrecieron a llevarla Agustín Pérez, y Antonio Ruiz (padre e hijo) que además, colaboraron hablando con las familias para que trajeran a sus hijos a la escuela. 

        Las maestras forasteras también tuvieron sus momentos de gloria y muchos éxitos sentimentales, contribuyendo en gran medida a mezclar (mejorar dicen ellas) la sangre del pueblo, puesto que muchas de ellas se quedaron a vivir con nosotros después de contraer matrimonio con lo mejorcito de cada casa. La suerte les ha sonreído con una poblada descendencia y se han integrado con toda normalidad en la vida del pueblo. 

       Un grupo de ellas (Elena, María Eugenia, Seba, Loli, Isabel) cuando venían al pueblo los fines de semana, se alojaban en casa de Josefa Herrera, la Seña Pepa, e iban a ver la televisión y a jugar a las cartas a casa de la familia Pastor. De esas visitas saldría el noviazgo, consumado en matrimonio, de Elena Fernández con Miguel Pastor. Tal vez ayudaría el impacto causado por la novedad de los pantalones de espuma que usaba ella, toda una primicia en el pueblo, como lo fue el SEAT 600 de Isabel Galera. 

       Pasaron su calvario porque no les inspiraban confianza las miradas lujuriosas de algunos mozos del campo, en algunos casos provocadas por las "imprudencias", como la de una maestra del Rocinejo que se le ocurrió tender todas las bragas de colores cuando llegaban los arrieros con los mulos cargados de ceras de carbón. 

       Una de las primeras en cazar mozo fue una maestra canaria que vivió en Las Viñas, se casó con uno de allí y se fueron a vivir a las Islas. Los éxitos amorosos de las forasteras despertaron la preocupación de las mocitas "en edad de merecer" del pueblo que advertían preocupadas: "han venido unas maestras guapísimas que seguro se llevaran lo mejor del pueblo". También las bubo que constataron: "nosotras decimos que no hay hombres interesantes en el pueblo, pero vienen las maestras forasteras y los encuentran". Claro que los encontraron, porque se casaron: María Eugenia Jiménez con Antonio Fernández, Consuelo Servant con Manuel Ahumada, Elena Fernández con Miguel Pastor, María Inés Regodón con Pepe Díaz e Isabel Galera con Diego Romero. 

      María Eugenia recuerda que iban a tomar café al Bar La Parada y siempre que pedían la cuenta estaba pagada. No sabían quien era el pretendiente hasta que Antonio Fernández dio la cara un día que vinieron a actuar al Cine Andalucía "Los Bombones de España", una revista de coristas todo un escándalo para las mujeres de la época. No lo tuvieron fácil porque, aunque conoció al que sería su marido al poco tiempo de llegar al pueblo, se paseaban por la carretera de Los Barrios con la compañera Seba de carabina y a los pocos meses se lo llevaron a la millia Sidi Ifni y estuvieron catorce meses sin verse. 

      Contaron con importantes aliadas en su acicalamiento personal para resaltar sus bellezas por el desprendimiento y generosidad de Marujita Maura, Clarita García y Pura Romero que les prestaban sus mantones de Manila y se asomaban al balcón para verlas pasar camino de la feria. 

      La historia, las historias... podrían ser interminables si hubiera tenido el tiempo y la paciencia para hablar con todas, en un ejercicio de recuperación de la memoria en el que, en opinión de alguna de las encuestadas, han rejuvenecido de pronto cuarenta años. Tengo que pedir disculpas por los errores provocados por la precipitación, las ausencias que impuso el olvido causado por el tiempo, implacable con la memoria. Y como no, agradecer profundamente el placer de la conversación y las emociones vividas con los relatos. 

        Mi agradecimiento por sus aportaciones a: Beatriz Díaz, Francisca Peña, Paco Pizarro, Pedro Gallego, Carlos Perales, Pepe García, Luis Romero. Miguel Blanco, Rosario Gutiérrez, Juan López, María Ortega y todas las maestras entrevistadas: Elvira Pastor, Elena Fernández, Isabel Galera, y María Eugenia Jiménez. Y a Inmaculada Pastor mi esposa, amante y compañera por ayudarme siempre a "poner los puntos sobre las ies" en la vida y en todo lo que escribo. 

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